EDITORIAL

LAS SOCIEDADES CIENTIFICAS Y LA EDUCACION MEDICA

R. CEDIEL

"Los atributos que definen al médico ideal no son universales ni permanentes sino que cambian con las culturas y la historia; la educación médica debe, por tanto sufrir continuas transformaciones para que refleje los valores imperantes y colme las expectativas de la sociedad que el médico sirve".

H. Sigerist.

Dr. Ricardo Cediel Angel: Profesor de Medicina Interna, Facultad de Medicina, Universidad Nacional, Bogotá.

Solicitud de separatas al Dr. Cediel.

De acuerdo con la cita anterior, no solamente es deseable, sino necesario que se introduzcan periódicamente cambios en los sistemas de enseñanza de la medicina y al revisar la literatura concerniente a este tópico, se dá uno cuenta de que es una preocupación muy seria de los educadores médicos de las más importantes universidades.

Por lo que hace a nosotros, si solamente de cambiar se tratara, podríamos presentarnos como aspirantes a llevarnos la palma; ya que semestre tras semestre nos las arreglamos para aumentar o disminuir la intensidad horaria de las actividades de docentes y alumnos para, unas veces hacer pasar al estudiante por manos de un solo docente con miras a profundizar su mutua relación, y otras a organizar frecuentes rotaciones de los docentes intentando con ello neutralizar las deficiencias personales; para disponer que las actividades teóricas se ciñan más al tipo seminario que a la forma de conferencia o viceversa; para hacer que se dé más valor al exámen teórico que al práctico o al contrario, etc. etc.

Lo importante ahora es que nos preguntemos: son éstos los cambios a que debe someterse la docencia médica para que el ejercicio profesional refleje los valores imperantes en un determinado momento histórico y trate de colmar las expectativas de la sociedad, a la cual pretende servir? .

Necesariamente nuestra respuesta es categóricamente negativa. No debemos engañarnos. A nuestra metodología docente lo único que hacemos es remendarla con cambios intrascendentes pero no la hacemos objeto de genuinas transformaciones. La cambiamos de traje pero la monotonía y estereotipia de sus movimientos persiste inocultable. Aquí sí de la frase de G. Fergusson: "creí necesario escribir ésto porque desde que estudié medicina hasta hoy veo repetir monótonamente errores que talvez sean evitables".

Al analizar las causas, de que en nuestro medio lo que llamamos cambios en la docencia sean apenas inofensivas modificaciones, que a mas de ser intrascendentes se hacen en forma improvisada y tienen vida fugaz ya que al poco tiempo se vuelven a modificar sin conocer los frutos que produjeron, hemos llegado a la conclusión de que la razón reside en que nuestra enseñanza médica no se inspira en una filosofía estable, de la cual se sientan compenetrados los distintos departamentos y dependencias de la facultad y, como consecuencia, no seguimos en nuestra metodología docente ningunas líneas directrices que permanezcan válidas por el tiempo suficiente para deducir si son o no acertadas.

La mejor demostración de que no existe la filosofía, de que venimos hablando, es que no tenemos un claro concepto del tipo de médico cuya formación nos ha sido encomendada y, por lo mismo, no hemos podido definir nuestra conducta en el sentido ya sea de usar técnicas que dirijan al estudiante solamente hacia la enfermedad y sus componentes fisiopatológicos, ya sea de usar metodologías que también lo orienten hacia el ser humano como persona social dándole, para ello, oportunidad de emplear las ciencias de la conducta humana en el manejo de los pacientes. Se podría argüir que en muchas partes están consignados los fines que se persiguen en la educación del médico y que allí se destaca que debe ser un individuo orientado socialmente para servicio de la comunidad. Todo ello es, sin embargo, letra muerta pues no hemos sido capaces (nos lo habremos propuesto? ) de crear un escenario que permita al estudiante palpar de cerca el hecho de que tomar en cuenta los factores psicosociales en el manejo de los pacientes redunda en un mejor ejercicio profesional.

Ahora bien, la ausencia de una definida filosofía de la educación médica y la falta de sus correspondientes líneas directrices tienen su explicación en la falta de continuidad de la política educativa como consecuencia de los frecuentes cambios del personal directivo lo cual, a su turno, es un reflejo de la manera como sobre la Universidad inciden las urgencias políticas del momento, lo que ha venido a convertir este centro de estudios en campo de acción de fuerzas y en escenario de maniobras a las que se les pone el rótulo con apariencia académica de: "experimento".

Muy reciente está la algarabía del que se llamó experimento "marxista", ya enjuiciado y prácticamente descalificado por los órganos de la opinión pública. Actualmente estamos en el experimento del "dejar hacer" con el que se corre el grave riesgo de llegar al caos y entonces se dirá que se impone volver al experimento autocrático.

El problema con estos "experimentos" es que traen cambios frecuentes en las directivas y por ende en la política educativa; ya estamos, en efecto, acostumbrados a ver cómo el directivo de turno, animado posiblemente de las mejores intenciones pero poseído del prurito de "cambiar por cambiar", y convencido de que debe dejar huella de su paso por la jefatura que le tocó en suerte asumir, no ahorra esfuerzos ni escatima malabarismos para ver de poner en acción algo novedoso aunque con sus movimientos impetuosos destruya las cosas meritorias y útiles que existían.

Después de concluir que no existe una filosofía de la educación médica o de que, en caso que existiera, ella no ha podido dar paso a ninguna política de métodos y estrategias para ponerla en práctica, obviamente tenemos que hacernos la pregunta: a qué entidad corresponde establecer esa filosofía y trazar esa política?

Hasta el momento ha quedado en claro que las directivas de la escuela de medicina se han visto imposibilitadas no tanto para formular unos principios filosóficos como para ejecutarlos en forma coherente y continuada; y ello, no porque a esas altas posiciones no hayan llegado educadores muy capacitados sino porque, lo repetimos, los cambios frecuentes les impiden una permanencia suficiente para alcanzar las metas propuestas.

Uno piensa que la otra entidad que debiera ser la encargada de trazar las líneas directrices de la educación médica, es el alto gobierno. Desafortunadamente ocurre que el alto gobierno parece más interesado en ver como utiliza con el menor costo posible el trabajo del médico que en esforzarse por propiciar los sistemas que conduzcan a la adecuada formación de este médico.

En otros países, las asociaciones médicas han considerado que está dentro de su radio de acción el orientar y fiscalizar la política de educación médica, y lo hacen con encomiable esfuerzo y suma dedicación porque piensan que si la medicina organizada no se pone a la cabeza de los movimientos tendientes a encarar y resolver los problemas relacionados con la formación de los futuros médicos, probablemente otros organismos menos idóneos tendrán que verse obligados a intervenir; y no tenemos para qué recordar la forma caprichosa, inconsulta, y aún arbitraria como estos organismos, especialmente los que operan en nuestro medio, acostumbran actuar.

Tenemos entonces que volver los ojos a nuestras asociaciones, pero al analizar cuales de ellas reúnen las condiciones de liderazgo, vitalidad y mística que les permita llevar adelante el cometido, vemos que algunas, las que agrupan quizás un mayor número de asociados, solamente parecen interesarse por los problemas laborales de sus miembros, y que otras, de larga trayectoria, dá la impresión de que sólo tuvieran por meta el propiciar la divulgación científica y el dar la oportunidad a sus miembros de pronunciar brillantes disertaciones pero sin ninguna proyección efectiva sobre la formación del médico o sobre la calidad del ejercicio profesional.

Es por ello que queremos exponer la siguiente idea para que sea discutida por quienes se interesen en estos problemas:

Dada la vitalidad que ha venido demostrando, y al ver cómo a sus cuadros directivos van llegando médicos y docentes con imaginación y capacidad de inovacion, no podría pensarse que fuera la Asociación Colombiana de Medicina Interna y algunas Sociedades Científicas afines las entidades llamadas a llenar el vacío de que venimos hablando.

Estas asociaciones científicas ya han hecho incursiones en el campo de la Educación Médica Continuada. Sería importante que asumieran también el papel de orientadoras y guías de la educación médica de pregrado. No creemos que sea salirse de su órbita si, después de realizar consultas, documentarse debidamente y crear comités de estudio; entran a opinar sobre la filosofía de la educación médica actual, a trazar directrices para la metodología docente, y a buscar la manera de influir para que se logren los cambios que periódicamente se deben introducir en la docencia, con miras a la formación del médico que la sociedad reclama.