CRUZ ELENA ESPINAL MEDELLÍN
Recibido: 11/09/02. Aceptado: 02/04/03 * Este artículo forma parte de la investigación: Cuerpos y controles. Formas de Regulación Civil. Discursos en Prácticas en Medellín. 1948-1952, realizada con el apoyo de la Universidad EAFIT.
Dra. Cruz Elena Espinal Pérez: Filósofa y magíster en Docencia de la Universidad de Antioquia. Profesora, Escuela de Ciencias y Humanidades de la Universidad EAFIT. Medellín
Correspondencia: Dra. Cruz Elena Espinal. Calle 55 No. 40-44, Apto 1501, Edificio Galicia, Medellín.
El presente texto desarrolla la forma en que el proceso de modernización de la ciudad incidió en las políticas de salud, la salud pública se constituyó en objeto articulador de intereses de administradores, médicos e ingenieros sanitarios, y personajes técnicos que la visualizaron como un asunto definitivo para el progreso. Sus discursos optaron por una visión laica haciendo que las consideraciones morales se desplazaran del orden religioso al cívico, erigiendo como argumento principal o "tecnología de creencia" la existencia de la degeneración de la raza que ponía en riesgo la identidad antioqueña. (Acta Med Colomb 2003; 29; 76-79)
Palabras clave: higiene, salud pública, raza antioqueña, ciudad, enfermedad.
The present text develops the way in which the modernization process of the city has affected its health policies. Public health was constituted as an articulated object of interests to administrators, medicine doctors, sanitary engineers, and technical personages who have visualized it as a definitive subject for the progress. Its speeches decided on a lay vision causing that the moral considerations moved from a religious to a civic order, erecting as main argument or "technology of believes" the existence of race degeneration that put in risk the "Antioquian" identity. (Acta Med Colomb 2003; 29; 76-79)
Key-words: hygiene, public health, antioquian race, city, disease.
En la ciudad de Medellín, durante los años cincuenta, hacer estadísticas de enfermedades implicó el cálculo de habitantes y de colectividades. La prevención dependía en ese momento de prácticas políticas cuyos actores eran administradores públicos y médicos. En general, las políticas de salud traducían una preocupación por la vida y la muerte, es decir, la salud de los pobladores. El discurso sanitario se transformó en un asunto definitivo para el progreso de la ciudad y en una prueba del ingreso del cuerpo a la modernidad. Los discursos sobre higiene, salud y cultura física se ofrecieron en el contexto de la modernización tecnológica vivida a partir de los años veinte en Colombia. Según Zandra Pedraza (1999), se le aseguró un lugar al cultivo del cuerpo; y las inquietudes nacidas del debate eugenésico y los problemas abordados en la Conferencia Panamericana de Higiene de 1926 delimitaron un campo de acción preciso para la higiene y la cultura física. Además de las campañas sanitarias iniciadas en 1923, se creó la carrera universitaria en higiene, en 1928, año en que Laureano Gómez revivió la preocupación por el deterioro biológico del pueblo.
Una lectura atenta de los textos, no sólo de los publicados en la Revista de Higiene, sino en periódicos y otras revistas, permite visualizar la forma en que las compulsiones que genera el discurso de la higiene alteran la relación del sujeto con los espacios de la ciudad, con su cuerpo, con el mundo y con la representación que los sujetos construyen de su inserción en lo social. El discurso de la higiene sugiere una lenta afinación del proceso de represión que supone la producción de necesidades, en otras palabras, y siguiendo a Dominique Laporte (1989), la higiene se da como un síntoma del capitalismo, y encarnando higienistas la figura del ahorrador. Ambos agencian un saber político que se enmascara con tecnologías de creencias. La norma que se deriva del saber de la higiene no sólo carece de un origen absoluto sino que, además, experimenta transformaciones que la tornan compleja, en gran parte por la serie de entramados que dan cuenta de su historicidad. De otro lado, la norma actúa en terreno ya polarizado, es decir, si el cuerpo las adopta, nunca lo hace "pasivamente": "Todas las representaciones que marcan los límites del cuerpo, que perfilan sus apariencias o sugieren sus mecanismos internos, se hallan, primero, en un terreno social" (1). Los discursos de la higiene en Medellín así como los artículos informativos acerca de las gestiones, gestores y progresos de la higiene construyen sus propias fantasmagorías del cuerpo "civil".
Bajo este panorama, resulta relevante en la ciudad, en los años cincuenta, un personaje como el doctor Wenceslao Montoya, para la difusión y gestión de la higiene. Fue autor de numerosos artículos publicados en revistas y periódicos, y del libro sobre higiene escolar. Además, fue Jefe de Educación Sanitaria, y uno de los directores fundadores de la Revista de Higiene -órgano de la Dirección Departamentalen julio del año 1949 donde se plasmaron gran parte de las ideas que en el momento articulaba el discurso de la higiene. La publicación de la revista cumplía, según la dirección, con la ordenanza 19 del año de 1945 que creó la educación higiénica con el fin de "formar" ciudadanos en nociones de higiene pública. Las necesidades de la ciudad en salud pública consistían, según los higienistas, en la nutrición, la prevención de enfermedades transmisibles, el aseo de la persona, el ambiente, y, especialmente, la vigilancia sobre la salud de la población escolar. Se requería prevenir acerca del tratamiento del agua y de la leche, y realizar una campaña general de vacunación sistemática contra el tifo, la viruela, la tuberculosis, la difteria y las afecciones broncopulmonares; con tal sentido, las campañas preventivas "librarían a la población de muchas enfermedades y mantendrían resistentes los organismos para el trabajo" (2). Los tratamientos preventivos del agua y de la leche, sumado a las vacunas sistemáticas, garantizaban "cuerpos" aptos para el mundo del trabajo.
Ahora bien, para la Organización Mundial de la Salud el fin de la higiene mental era "hacer del ser humano un individuo completo y equilibrado... conociendo los conflictos causados por el choque entre sus impulsos instintivos y los dictados por la sociedad y la moral, capaz de alcanzar un equilibrio armonioso entre sus exigencias personales y la realidad del ambiente" (3). En ese sentido, la higiene mental percibe el devenir de la ciudad como altamente peligroso para las personas, su producción acústica resultaba excesiva y casi siempre desagradable; y ese caos acústico se hacía relacionar con las "complicaciones de la vida moderna" y la "mecanización de los tiempos". Se comparaba con el "bullicio" del campo que no llegaba a perturbar el espíritu como lo hacía el de la ciudad. Por esa razón, la higiene recomendaba tratamientos como "salidas al campo" para descansar el cuerpo, recrear la mente y cumplir con la norma más sana que consistía en los descansos dominicales. La dirección como puede apreciarse, es nostálgica. Se apela a la naturaleza para diferenciarla de la ciudad, naturaleza metafísica que se opone a la contaminada y perturbada ciudad. El descanso dominical también representa una forma de regreso a la "naturaleza", aunque esta vez, inmersa en el ritmo propio de la ciudad. La ciudad impone sus ritmos productivos, fabriles e industriales, que alteran a su vez el ritmo de los cuerpos que ingresan al mundo del trabajo, ritmos que regulan el discurso de la higiene, al ocuparse de los intervalos entre "producción" y "descanso". Al llamado por regresar a la naturaleza y dosificar los ritmos de los cuerpos se sumaba la constante recomendación de médicos higienistas de habituarse a las "distracciones sanas", a cambio de la taberna y la cantina que se percibían como altamente perjudiciales. De esta forma, la idea de "naturaleza" funda una moral tiránica en aras de la "higiene mental".
Las campañas por la formación higiénica realizadas en el año 1950 se sustentaron en la presencia de "enfermedades" que se venían propagando en la ciudad: tuberculosis, tifoidea, viruelas y várices, sarampión, tos ferina, difteria, amigdalitis, paperas, neumonía, daño de estómago, indigestión, disentería, colerín y gusanos. Algunos artículos describen los síntomas y posibles causas, otros ilustran sobre tratamientos y formas de prevención, y muchos coinciden en señalar como problema central de la enfermedad, "el contagio". En este contexto, las prescripciones se centraron en la importancia del aire y la luz para evitar la flacura, la palidez y la neurastenia; en el sueño y la gimnasia, que educaba la voluntad, y en otras de carácter más oficial y regulativo, que se extendieron a la exigencia de la "radioscopia" y las "vacunas" de los "cuerpos" que ingresaban en el mundo laboral. Se recomendaba, entonces, visitar el campo, las montañas y las playas, disponer del sol como un alimento, y dormir en un cuarto ventilado con el fin de evitar enfermedades. Dormir siete u ocho horas diarias, con las puertas y ventanas abiertas, era una práctica higiénica que cobraba importancia; algunos médicos afirmaban que durante esa muerte aparente el cuerpo podía recuperarse de las energías gastadas por el trabajo, porque el sueño "repone", es decir, regresa temporalmente al ritmo "natural". Así mismo, frente a la propagación de enfermedades como la viruela, se recurría a la vacuna que según algunos especialistas de la época, se enfrentaba a la ignorancia de la población. El control se piensa y se concibe sobre un sector que se resiste al desconocer y enfrentar la legitimidad del "saber" que cura los cuerpos. Ahora bien, cabe resaltar que toda "enfermedad" es "enfermedad social", es decir, son los procesos sociales los que crean la "enfermedad". El hombre no sólo posee "afecciones"; también las produce cuando las convierte en prácticas sociales, en este sentido, la enfermedad es siempre siguiendo a Bryan S. Turner, "una metáfora de la perturbación social y esta última es siempre una metáfora de la enfermedad personal... Ayunar, ingerir dietas a base de fibras, regular la vida moral propia: estos son los procesos que garantizan la longevidad y la salud, pero garantizan así mismo la longevidad y la estabilidad del cuerpo político" (4). Desde esta perspectiva, toda enfermedad no sólo trae consecuencias sociales (como el desempleo), sino que, además, son los procesos sociales los que constituyen la enfermedad, con todo el cotejo de síntomas y de signos. De esta manera, el significado de la enfermedad refleja las inquietudes sociales acerca de las pautas de conducta social y el que prima es el punto de vista de los grupos sociales dominantes.
Durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX los agentes y medios de conformación de procesos de identificación en el país, lo fueron la élite ilustrada o los intelectuales letrados, determinadas revistas, las universidades, los partidos políticos y ciertas instancias de reunión e intercambio, viajes, congresos y encuentros; sumado a éstos, se destacó en la ciudad de Medellín la labor de la higiene, con el despliegue de especialistas y técnicas. En este orden de ideas, los procesos de identificación, como el que procede de la construcción de la "raza antioqueña", nos permite pensar que la construcción de la identidad apela a una definición como estrategia que salvaguarda los pliegues políticos y sociales de la ciudad, pliegues que tienden a desbordar la estructura social. En este sentido, "recobró" fuerza el imaginario identitario acerca de la existencia de la "raza antioqueña" en los años cincuenta en Medellín.
En este contexto, las intenciones higiénico civilizantes de las campañas en los cincuenta se centraron en el control de enfermedades como las venéreas y la campaña implicó el examen serológico como requisito de admisión a un trabajo o empleo. Los programas se apoyaron en la experiencia de epidemiólogos competentes que trabajaron en poblaciones, más o menos estables, en donde la prostitución había sido reprimida, con considerable éxito. Desde esta perspectiva, este proceso tiene importancia en la formación del pueblo, en particular en su carácter sexual que debía ser construido sobre un "profundo sentido de responsabilidad sexual", obteniendo su máxima expresión en "la familia". Cabe señalar que los discursos sobre sexo se tornaron objeto a partir del siglo XVIII, como lo demuestra Michel Foucault, cuando la medicina, la psiquiatría, la justicia penal y todos los controles sociales filtraron la sexualidad, se exigieron diagnósticos, informaciones, y discursos alrededor del sexo que intensificaban la conciencia de un peligro incesante que, a su vez, reactivaba la incitación a hablar de él. Desde este punto de vista, los discursos sobre sexo tomaron forma en la demografía, la biología, la medicina, la psiquiatría, la psicología, la moral, la pedagogía y la crítica política, entre otros. En este sentido, no se rechaza el sexo; al contrario, se le reconoce, pues proliferan los discursos que formulan su verdad regulada.
Otra muestra de degeneración de la raza, según el discurso de la higiene, se presentaba con el alcoholismo. Desde este punto de vista, el efecto nefasto del alcohol no reside en la facultad de procrear o en el número de hijos, sino que incide de manera más fatal en la "calidad" de la raza: se juzgaba que este agente "degenerador" de la raza traía como consecuencia mayor porcentaje de hijos que nacían muertos, enfermizos, epilépticos y, especialmente, propensos a contraer enfermedades que presentaban más complicaciones que en un niño "normal". Igualmente, los hijos de los alcohólicos que lograban sobrevivir a la enfermedad o la muerte tenían dos caminos por seguir: el mismo de sus padres "pues tienen la necesidad innata del alcohol", o volverse "neuróticos" y "peligrosos socialmente", "propensos a la violencia y a cometer toda clase de crímenes".
Como puede apreciarse, las razones muestran el alcoholismo no sólo como una de las causas de la degeneración de la raza, sino también como una forma de degeneración de las costumbres morales.
En este orden de ideas, la eugenesia se constituyó en un movimiento que representó la inclinación de las ciencias a creer en el perfeccionamiento de la especie humana por vía biológica, que como movimiento alimentó no sólo los ideales higiénicos, sino que, además, se conjugó con los descubrimientos del siglo XIX. El momento culminante en Colombia de los ideales eugenésicos se dio en 1920, cuando se realizó un debate público acerca de la degeneración de la raza y la lucha contra este flagelo que obstaculizaba el desarrollo del país. El debate eugenésico le imprimió un sentido preciso al cuerpo y a su participación en el proceso de modernización, pues el debate contiene componentes centrales de modernidad, donde el cuerpo es uno de los más prolíficos escenarios de elaboración simbólica que ha dispuesto la imaginación moderna. En Colombia, la imagen de la degeneración del cuerpo alimentó la incursión del discurso médico en el pensamiento social y la higiene se constituyó en una "norma de vida" que comprendía dimensiones morales. A manera de ilustración, la medicina enarboló un discurso de fisiología moral y las disciplinas sociales y humanas actuaron sobre el cuerpo, para a través de él inducir al progreso. Ahora bien, los higienistas encargados de la salubridad pública defendieron la formación desde la niñez de "una raza fuerte y sana", y tal responsabilidad recaía directamente sobre los padres. De ahí que resultara importante, para la higiene, ejercer el "control" sobre los cuerpos que se disponían a contraer matrimonio y en consecuencia el cuerpo debía ser examinado al detalle con el fin de determinar la capacidad para engendrar hijos sanos.
De lo anterior se deriva la idea según la cual la salud funciona como garante o dispositivo de conservación de la raza, vinculado con la moral de las costumbres.
El discurso de la higiene, de esta forma, "moraliza" y por ende, regula la institución matrimonial, la salud se presenta como una "responsabilidad", una exigencia cuando se piensa en matrimonio, y el certificado prenupcial adquirió un poder simbólico, que operó como garantía para la completa felicidad. En este orden de ideas, y reforzando lo señalado arriba, toda enfermedad es enfermedad social. Las enfermedades de las mujeres por ejemplo, y como señala Bryans S. Turner (1989), tienen en común algo importante: son por lo menos sociológicamente productos de la dependencia; así, mientras la agorafóbica sufre de patriarcado protector, la anoréxica padece de la protección de los padres en los confines de la familia privatizada. El autor sostiene que enfermedades como la "agorafobia (temor al "agora", temor a la calle) y la "anorexia" son expresivas de la angustia del espacio "congestionado", y se trata, como veíamos, de enfermedades sociales,
En la ciudad de Medellín, durante los años cincuenta la protección maternoinfantil estuvo a cargo de fundaciones aisladas, dirigidas por médicos, como Gotas de Leche, consultores infantiles de la Cruz Roja, algunas colonias de vacaciones, y anexos a hospitales y salas de maternidad, y del Ministerio de Higiene, en el año de 1949. Tanto las fundaciones de vieja data, como el Ministerio de Higiene, fueron atravesados por una motivación común que persistió por varias décadas en la ciudad, ambas protegían las "reservas de la raza". Esta preocupación por la salud pública derivó necesariamente, en un control sobre la vida de individuos y poblaciones, y en palabras de Michel Foucault, se trata de un biopoder que viene ejerciéndose desde el siglo XVIII en dos direcciones, un pliegue "anatomopolítico", el cuerpo como objeto de disciplina y control, y otro, la "biopolítica", que se orienta hacia las poblaciones; en otros términos, propende por la supervivencia de la "raza" a través de dispositivos como la demografía y la salud pública.
De otro lado, el discurso de la higiene construyó también su propio ideal de belleza desde la salud. El cuidado rutinario del cuerpo requería no sólo de un principio de voluntad: "querer es poder", sino también de la impresión de unos hábitos que "limpian" las fronteras e intercambios entre los cuerpos. La higiene además de entenderse como "salud", se concibe como "limpieza", concepción que consolida prácticas sobre los cuerpos, las cosas, los espacios, entre otros. Según Richard Sennet, los vínculos entre la ciudad y la nueva ciencia del cuerpo se gestaron cuando los herederos de Harvey y Willis aplicaron los descubrimientos a la piel. "El aire, decía Platner, es como la sangre: debe circular a través del cuerpo, y la piel es la membrana que permite al cuerpo respirar el aire" (5). La forma del movimiento del aire a través de la piel, otorgó un "significado nuevo y secular" a lo "impuro", pues la palabra "impuro" significaba piel sucia, en lugar de una tacha en el alma, y esta piel se hacía impura, debido a la experiencia social, más que a consecuencias de una falta moral. La importancia de dejar respirar la piel llevó a transformaciones en las subjetividades; dicho en otras palabras, se suscitó un cambio de percepción de sí mismo, lo que contribuyó a cambiar la forma en que la gente se vestía, cambio que resultó evidente en fecha tan temprana como la cuarta década del siglo XVIII.
Mientras los ritmos automatizados traían enfermedades mentales y nerviosas, la respuesta de la higiene mental consistía en hacer sujetos con costumbres morales adaptables a las circunstancias del entorno. En este orden de ideas, la existencia de una naturaleza para la higiene mental resultó necesaria, pues se consideraba que la ciudad imponía sus ritmos automatizados atentando contra los ritmos naturales. En este sentido cobran fuerza las dicotomías: campo/ ciudad, semana de trabajo/ descansos dominicales, trabajo/ recreación, día/noche, producción/sueño; en todo caso, los intervalos de la producción se afinan en la ciudad. El discurso de la higiene construyó también su propio ideal de belleza y juventud desde la salud, y el cuidado se ejerce sobre el interior del cuerpo mediante procesos de desintoxicación profunda.
1. Vigarello G. Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media. Alianza Editorial. Madrid 1991; 16
2. Betancur V. Lo mejor que hay que hacer en salud pública. Revista de Higiene 1948; 2: 24.
3. La Junta Ejecutiva de la OMS coloca a la higiene mental en la lista de prioridades. Revista de Higiene 1949; 3; 23.
4. Turner BS. El cuerpo y la sociedad. Exploraciones en teoría social. Fondo de Cultura Económica. México 1989: 17.
5. Sennett R. Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Alianza Editorial. Madrid 1997: 280.