Del elemento conceptual a la academia

From the concept to the academia

JOSÉ ROBERTO VÊLEZ BOGOTÁ, D C .

Dr. José Roberto Vélez Munera: Médico Internista, Universidad Javeriana, Hospital Simón Bolívar. Profesor Asociado de Medicina Interna, Area Bioclínica, Universidad El Bosque. Bogotá, D.C.

Correspondencia al Dr. José Roberto Vélez Munera

Calle 80 No. 10-43 (Consultorio 309) Tel: 2186802 - 61046 80 Fax: 6167991. Bogotá, D.C. Colombia.

Email: velezjose@unbosque.edu.co

Recibido: 18/08/2004. Aceptado: 19/ 08/2004.

1. Diccionario de la Real Academia de la Lengua.

La Akadémeia (Αχαδημια) era un soberbio recinto de jardines cercano a la acrópolis y contiguo al gimnasio del héroe heleno Academo, dedicado por la Grecia antigua a Atenea hija de Zeus, bella y aguerrida deidad con cabeza de medusa de la sapiencia, de las ciudades, de las artes y de la guerra, entre otras, y a su vez fue la sede inicial donde Platón instruía a sus discípulos y daba vida por primera vez hacia el 387 a.C. a una "escuela" o conjunto de procesos y fundamentos del pensamiento profundo y del saber, que hoy conocemos como academia.

Desde entonces tanto las artes como las ciencias y las más variadas disciplinas humanas se han ido agrupando históricamente en "asociaciones organizadas para la promoción de los intereses generales o específicos de los intelectuales1 ", en pequeñas academias que aglutinan a expertos y promueven la investigación y el cuidado de cierto ámbito del saber, basadas en el principio mayéutico y dialéctico de Sócrates de la "obtención de la verdad mediante preguntas, respuestas y más preguntas", que dan esencia y cimiento a la sabiduría.

Dícese hoy de los académicos que "son quienes conforman una sociedad científica, literaria o artística establecida con autoridad pública". Entonces podría entenderse de manera simplista a la academia como una institución específica de transmisión de conocimientos o la asociación de expertos con intereses comunes, como lo expresa el diccionario de la Real Academia.

No obstante en un sentido epistemológico más profundo debe entendérsela como el entorno universal del ejercicio y del saber de una disciplina humana en su conjunto, con el único propósito de la búsqueda incesante de la verdad y perfeccionamiento del arte, de la ciencia o de ambas. Así entonces, la academia tiene como sustrato imprescindible al individuo en el que, para el culto y ejercicio adecuado del saber, se desarrolla ésta a partir de tres elementos de necesaria interacción.

El primero de ellos es el conocimiento; el concepto científico o técnico, la información elemental y veraz tan invocada hoy como la mejor "evidencia", o simplemente el dato escueto sin el que ningún proceso del pensamiento o del ejercicio puede dar inicio a un entorno racional. El segundo se basa en la interrelación consecutiva, lógica, ordenada, sistemática y depurada del concepto en el marco de un proceso de análisis, de síntesis y de planteamiento de hipótesis, de nuevas argumentaciones y conceptos, de teorías innovadoras y creativas del saber derivadas de la investigación y el discernimiento, que denominamos el intelecto. Y el tercero de tales elementos en que se fundamenta la academia es, si se quiere, el elemento pragmático del saber que integra concepto e intelecto para determinar qué hacer, cómo hacerlo y hacerlo bien en su justa medida y proporción, que es lo que constituye el criterio. Este es la eufonía del saber, es el ejercicio del "sentido común" de los cartesianos o como diría Jaime Casasbuenas, entrañable maestro y académico del arte de la medicina, es "un claro sentido del equilibrio y de la armonía formal lo cual impulse a tratar de realizar las labores con acierto y en justa y tal proporción que permita posteriormente y de una sola ojeada, apreciar qué se ha hecho, lo que debe hacerse y nada más que eso, de una manera tal que nada pueda añadirse, sin romper la perfección de lo realizado ".

Es en el uso del buen criterio que interviene de manera preponderante el juicio clínico, que no es otra cosa que la adecuada percepción de la relación entre dos o más conceptos, para elegir el más indicado. Al establecer dicha relación afirmamos o negamos algo de un concepto, o dicho de otra manera, escogemos la opción que a nuestro entender sea la más apropiada. El juicio errado depende muchas veces de una mala percepción, sea porque existan falsos axiomas (o paradigmas), definiciones inexactas, conceptos imprecisos, apreciaciones sesgadas o suposiciones clínicas infundadas en las que, a falta de un principio general (o conocimiento probadamente verdadero), tomamos un hecho como veraz por la simple suposición nuestra de que lo es, basada únicamente en la experiencia personal que no necesariamente es la correcta. La falla en el juicio clínico que condiciona en últimas el adecuado criterio, es el vicio de atribuir un efecto a una causa posible.

La conjunción de estos tres elementos, -conocimiento, intelecto y criterioen una interacción armónica en la que cada uno de ellos tiene un imprescindible papel, es lo que hace al individuo idóneo. Cuando esta idoneidad se transmite por precepto, por convicción o por ejemplo y puede reproducirse en otros, el arte de la ciencia se hace trascendente y tiene por tanto aplicación universal. Al propagarse, al difundirse para la génesis de nuevas hipótesis y nuevas maneras de pensar, procurando a partir de la amplitud de mente (librepensamiento) la expansión del saber y concebir por tanto una forma consecuente y más o menos reproducible de actuar (o "savoir faire"), es como se establece la escuela. Todo este proceso concatenado, armoniosamente engranado, revolucionario y progresista del pensamiento, desde el individuo mismo hacia el universo de su entorno, es lo que debe realmente entenderse como academia.

Empero, hoy en día son muchos los factores que han distorsionado la esencia de la academia y sembrado elementos de confusión que hacen que, desprevenidamente, veamos como académico un acto del ejercicio sin serlo, aunque no por ello sea indebido o censurable.

El primero de ellos, el poseer amplios conocimientos, puede emular a simple vista el sumo de la sabiduría. Y en actividades científicas tan complejas como la medicina, es principalísimo artilugio que esgrimen los que posan de sabios para hacer creer a los demás que lo saben todo. El dato escueto y la información científica son elementos sobre los que suelen fundamentarse las vanidades de algunos soberbios que acostumbran desplumar transeúntes desprevenidos. Es tristemente común ver levitar a tantos profesores y expositores modelando su gran capacidad cerebral de almacenamiento de información y de datos sobre los que sientan cátedra y precepto, en quienes no se observa el menor asomo de cordura al momento de aplicarlos o de tomar decisiones. Nada más peligroso y a la vez desconcertante que la aplicación temeraria a rajatabla del dato escueto que suele uno ver.

"El verdadero conocimiento -decía Descartes— se obtiene cuando no se tienen obstáculos para acometer con toda libertad la empresa de deshacerse de sus propias ideas y opiniones". Esto puede suceder cuando se ocupa toda la capacidad del intelecto en almacenar en la memoria datos e información inservibles a menudo, pero ostentosamente versátiles, sin ningún ápice de discernimiento. De ahí el segundo factor: el acopio de información en bruto sin pasarla por la decantación intelectual, analítica y depurada que hace interesante, práctico y oportuno al elemento cognitivo. El dato no tiene otro propósito que el de servir de instrumento para contestar preguntas concretas y generar intervenciones consecuentes para concluir en soluciones exitosas. En tal decantación es donde se renuevan las ideas, se desarraigan paradigmas y se concretan procesos innovadores. Continuaba entonces Descartes; "...mi razón intervenía como principalísimo elemento en la labor científica, desechando prejuicios y rutinas, preocupaciones tradicionales y errores arraigadísimos que oscurecen la inteligencia, interponiendo un velo entre ella y la verdad".

Infortunadamente, en nuestro medio, pensar y obrar diferente, con el analítico escrutinio de vicios o preceptos tradicionales, se tilda de impropio o improcedente, cuando no de antiético. Según Balmes, "..las gentes que piensan y sienten de modo distinto al nuestro, nada tienen de salvajes y son tanto o más inteligentes que nosotros ".

Escribía CarO Sagan que "la ciencia se fundamenta en la experimentación, en un ansia permanente de someter a prueba viejos dogmas, en una apertura de espíritu que nos permita contemplar el universo tal como realmente es. No puede negarse que en ciertas ocasiones la ciencia exige coraje; como mínimo el imprescindible para poner en entredicho la sabiduría convencional". Hoy y siempre, quien se atreve a hacerlo es valeroso e inteligente.

Pero finalmente, es en el uso y ejercicio del buen criterio donde se ven deformadas con particular frecuencia las más prístinas características de la academia.

Primero porque ante el afán de demostrar a los demás que se tiene criterio, es habitual ver actuaciones que atentan contra el sentido común y rayan con lo irracional, o van en abierta contradicción con el conocimiento generalmente aceptado que hoy de agraciada manera llamamos consenso. La vanidad del médico no tiene fronteras. El criterio, decía en párrafos anteriores, no es otra cosa que la interacción armónica entre el concepto y el intelecto. No es ciertamente sabio tener muchos conocimientos inservibles y menos no saber que hacer inteligentemente con ellos, como puede suceder. Conocer y dominar mucha información y aparentar con esto una actitud inteligente, hace que el individuo sea tenido como muy buen profesional, mas no por ello necesariamente idóneo si no observa con prudencia las más elementales providencias del buen criterio al elegir la conducta más apropiada en el momento indicado. La erudición no es potestativa ni es garantía de idoneidad.

El buen criterio otorga al elemento cognitivo un valor ponderado y agregado a la experiencia. La información científica robustece la experticia, mas no la condiciona.

De otro lado, el criterio debe procurar acciones con estricta sujeción al problema concreto, sin disgregación alguna, sin irse por las ramas que poseen con inusitada habilidad ciertos eruditos. Decía Jaime Balmes en su antigua pero vigente disertación de El Criterio que "... el buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no más de lo que hay. Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo; pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay y nada de lo que hay ".

Seguía Balmes más adelante que "...un entendimiento claro, capaz y exacto, abarca el objeto entero". Esto es lo que en esencia constituye el principio fundamental de la Medicina Interna, que es tenida como la ciencia del pensamiento complejo y confuso, infundadamente señalada así por culpa de quienes, posando de eruditos intelectuales y a falta de buen criterio, hacen complejo un fenómeno que en su naturaleza debe concebirse como descifrable y consecuente. Eso es lo que hace diferente al internista: su criterio. Hacer que lo complejo sea inteligible y discernible; hacerlo simple. Y no al revés.

La Medicina Interna no es la ciencia del dato conceptual, sino del criterio.

En nuestra ciencia y en general en todas las ciencias, se han arraigado tanto los paradigmas y los preceptos que nuestros estudiantes de ahora se han vuelto tan facilistas y perezosos de pensamiento que prefieren seguirlos antes que discernirlos. Por esto priman en la mayoría de las conductas médicas por encima del propio criterio; de ahí los errores comunes y el estancamiento ideológico y creativo en que se ha sumido el quehacer médico. Ejercer la medicina se ha vuelto un asunto aburrido.

De otro lado, los modelos actuales del ejercicio no solamente no permiten el análisis juicioso y reflexivo de un caso en particular, sino que propenden con insólita vehemencia a la confección de protocolos, curiosamente elaborados e impuestos por los mismos médicos, que anulan la visión integral que debe caracterizar al clínico coartando su criterio. Las leyes modernas que condicionan hoy en día el ejercicio médico y han dado al traste con la salud de nuestro país son incompatibles con el libre pensamiento, con el libre criterio que demanda la academia y por tanto con el ejercicio mismo de la academia, aquel que otrora diera brillo y estilo propio a nuestra medicina.

Porque independientemente de la calidad u oportunidad del curso analítico con el que el criterio se'ejecute, tanto el proceso como el resultado final pueden ir en contra de las disposiciones protocolarias y ser por tanto sometidos a reparos o bien, conducir tácita o tendenciosamente a poner en tela de juicio la idoneidad del profesional, lo que podría traducirse injustamente en una actitud punible. Esto naturalmente genera temor. De hecho el éxito del ejercicio se mide hoy más por niveles de facturación y producción que de calidad e idoneidad. El padeciente ya no es un enfermo, sino un cliente.

En los modelos actuales de la actividad médica, prima la autoridad jerárquica y administrativa sobre la autoridad académica (no siempre éstas coinciden) y las conductas son impuestas de jefe a subordinado con el único argumento del porque sí de porfiada usanza, encauzados a infundir un fantasmal temor a contravenir supuestos arbitrios y auditorías.

Los que se adulan del poder otorgado y se las ingenian para asegurarse que los demás se dan cuenta que lo ejercen, suelen confundir el poder con el criterio. Tales jerarcas elevados mediante providencias administrativas no son habitualmente los más dilectos analistas y cultivadores del intelecto y no siempre poseen todo el conocimiento necesario para el soporte de sus actuaciones médicas.

Graciosamente afirmaba Descartes: "...nunca prestaré mi conformidad a esos espíritus inquietos e impacientes, que sin las condiciones requeridas para el manejo de los asuntos públicos, siempre piensan en llevar a cabo alguna reforma". A estos administradores del criterio, que en general nunca brillaron por su desempeño en las aulas y que ahora todo lo quieren cambiar por postín, por "empoderamiento" y por otras tantas necedades, se deben tan absurdos atropellos a la idoneidad, al criterio y a la identidad del médico.

El "poder" académico no se confiere; se ejerce. Es inherente a la autoridad conspicua y plausible del "savoir faire" de un criterio profesional integralmente académico. Ese poder ni se otorga ni se diploma. Albert Einstein, quien aparte de su genialidad científica poseía una inefable capacidad de deslumhrar con sentencias sencillas y joviales que le valieron el cariño popular, decía al respecto que "para castigarme por mi desprecio a la autoridad, el destino me convierte en tal". Evidentemente no se refería a la autoridad delegada, sino a la autoridad misma de serlo.

Para adicionar más, la academia permite hacer del ejercicio un permanente acto placentero del pensamiento, creativo y pujante; algo que nos permite salir del ostracismo y aburrimiento que nos provoca el tumulto de tanta documentación científica confusa o inservible, además de vernos obligados a ejercer en medio de tantas contradicciones y oprobios. Nos hace ver todo conocimiento diferente e innovador. Para CarO Sagan "un universo del que lo conociéramos todo, sería estático y deprimente, tan aburrido como el cielo que nos prometen ciertos teólogos pobres de espíritu ".

Por todo, la academia no es un concepto, un precepto ni un proceso, o siquiera el simple desarrollo del intelecto, ni mucho menos el simple florilegio de información científica y el postín de intelectual que algunos se proveen. Tampoco necesariamente es una compleja elaboración del pensamiento. Como el mismo Sagan afirmara: "La ciencia es mucho más una determinada manera de pensar que un cuerpo de conocimientos". La academia es, entonces, una forma de ser, de pensar y de actuar. Simplemente es un estilo de vida.

Agradecimientos

El autor agradece al profesor Jaime Casasbuenas Ayala, por la revisión de este ensayo.

Bibliografía

1. Descartes R. El Discurso del Método. Editorial Panamericana. Bogotá. 1999.

2. Casasbuenas J. Mitos y realidades del progreso científico. Acta Med Colomb 1987:12 (Supl): 94-105.

3. Balmes J. El criterio. Imprenta de la Vda. De CH. Bouret. Paris. 1912.

4. Garcia Morente M. Lecciones preliminares de filosofía. México: Grupo Editorial 2000: Tomo 1.

5. Sagan C. El Cerebro de Broca. Editorial Critica. Barcelona. 1999.