Doctor Pablo Elías Gutiérrez
Internista o humanista

Doctor Pablo Elías Gutiérrez
Internist or humanist

Darío Echeverri, Orlando Corzo

Dres. Darío Echeverri y Orlando Corzo: Especialistas en Medicina Interna, Cardiología, Hemodinamia.Fundación CardioInfantil ­ Instituto de Cardiología.

Correspondencia: Dr. Darío Echeverri Calle 163 A No. 28 ­ 60. Primer piso., Teléfonos: 679 11 92 ­ 667 27 27 ext. 1114, Bogotá.

Recibido: 08/03/06 Aprobado: 08/03/06


Para algunos, el doctor Pablo Elías Gutiérrez fue sólo un gran médico destacado por su gran cultura. Para otros, el "profe", como cariñosamente lo llamaban quienes fueron sus discípulos, fue un gran clínico que trascendió no sólo por el dominio de la medicina, sino por su filosofía, conocimiento de las matemáticas y del arte universal. Su familia llega a definirlo como un humanista por excelencia.

Nació en Salamina, un hermoso pueblo del norte de Caldas, cubierto por un "embrujo" especial y cuna de mentes brillantes. En medio de un ambiente geográfico amable y un grupo humano sano y confiable sus primeros pobladores sembraron las semillas para el desarrollo del departamento con la fundación de ciudades prósperas como Manizales, Pereira y Armenia, entre otras.

El doctor Gutiérrez, luego de cursar estudios primarios en la escuela pública de Salamina, se hizo bachiller en el Colegio de San Ignacio con los padres jesuitas de Medellín. Obtuvo su título de Médico y Cirujano en la Universidad Nacional de Colombia en septiembre 26 de 1932. Realizó su tesis de grado con el trabajo titulado: "La enfermedad de Durozies-Estrechez mitral, su diagnóstico clínico y radiológico". Fue médico en Aranzazu, Caldas, médico de sanidad en el Caquetá y Putumayo durante la guerra con el Perú, médico del Hospital de Salamina durante 10 años, practicante interno en el Servicio de Clínica de Enfermedades Tropicales y Clínica General en la Universidad Nacional, profesor agregado de la Clínica Médica en la Universidad Nacional desde 1947, profesor titular de Patología Interna en la Universidad Javeriana desde 1947, profesor titular de Clínica Médica en la Universidad Nacional desde 1952, médico de la Sanidad Militar, jefe de Medicina Interna del Hospital Militar Central, decano de Medicina de la Universidad Nacional en 1956, rector encargado de la Universidad Nacional en 1957 y miembro honorario de la Asociación Colombiana de Medicina Interna. Fue condecorado con la Orden del Mérito Sanitario "José Hernández Madrid". Publicó una obra maestra en 1947: "El sabio Mutis y la Medicina en Santa Fe durante el Virreinato".

Falleció en Bogotá y su nombre se recuerda con la Medalla al Mérito Científico doctor Pablo Elías Gutiérrez en el Hospital Militar Central.

Su concepto de la práctica médica lo transmitió a quienes tuvieron la fortuna de ser sus alumnos y compañeros. Recientemente, llegó a nuestras manos procedente de una de sus hijas, la carta que escribió en respuesta al doctor Luis Guillermo Velásquez, alcalde de Salamina, cuando al final de sus años la Alcaldía quería hacerle un homenaje en su tierra natal. En este documento que transcribimos a continuación, se refleja su profundo sentir acerca de cuál es la misión del médico en su entorno, cómo ha de ser su práctica cotidiana ante el paciente, así como la descripción del deterioro en la formación y práctica de nuestra profesión. Sin duda, su lectura detenida hará recapacitar a los especialistas, fortalecerá a los internistas y será un ejemplo a las nuevas generaciones de médicos.

"Señor Don
Luis Guillermo Velásquez Márquez
Alcalde de Salamina

Señor Alcalde: Ha venido usted a esta casa, que es también la suya, como aquellos antiguos heraldos que en la Edad Media iban de ciudad en ciudad o de castillo en castillo para proclamar la fecha de un nuevo torneo o anunciar algún acontecimiento futuro especialmente venturoso. El parte que usted me trae viene a revivir el recuerdo, nunca apagado, de mi tierra. La Alcaldía Municipal de Salamina ha querido asociarse a la fecha que marca la culminación de medio siglo de mi vida profesional, presentando así mi nombre a la consideración y afecto de mis paisanos. Su decreto, señor Alcalde, parece ser un eco de la gallardía y nobleza de los salamineños para conmigo, lo que me conmueve en lo más íntimo y que guardaré agradecido y con celoso orgullo durante los días que restan.

No fue mucho el tiempo, diez años apenas, que ejercí la profesión en Salamina, pero fueron suficientes para darme cuenta de la diferencia que hay entre la práctica médica de entonces y la de ahora. Era una medicina directa de médico, sin los numerosos artificios, instrumentos y laboratorios de hoy que, si ciertamente contribuyen a la seguridad del diagnóstico, van alejando más al enfermo de su médico. Los colegas de esos años trabajamos en estrecha armonía. Teníamos que enfrentarnos a todo. Desde tempranas horas empezábamos el trabajo en el hospital, que era variadísimo: heridas graves, infecciones severas, partos complicados y cirugías. La misma variedad de los casos hacía más agradable la tarea. Pasaban rápidamente las horas en un ambiente de maravillosa colaboración, sin que nunca se presentara el más leve roce personal. Sólo nos interesaba trabajar y acertar.

Una parte importante del ejercicio de la profesión eran las visitas particulares a las casas. Los médicos recorríamos las calles a pie, tocando en aquellas casas en donde el enfermo estaba esperando ansioso la visita. Y aquí es donde el médico se muestra tal como es, con su estilo propio, intransferible, la manera de llegar al enfermo, el tono de su voz, la seguridad en sus afirmaciones, la confianza que inspira. Prácticamente para el examen del enfermo el médico sólo contaba con sus cinco sentidos, pero sabía emplearlos bien. Ver el rostro del paciente con su preocupación, su dolor, su ansiedad. Mirar el estado de la piel sana o febril, amoratada, amarilla o pálida. Auscultar el corazón y oír el pulmón. Verificar la palpación completa del cuerpo, en especial del cuello y del abdomen. Después de esto el médico se sentaba un momento a la cabecera del enfermo con ánimo de hacer algún comentario pero ante todo para darle estímulo. Porque siempre se ha dicho que la misión del médico nunca termina con el examen del cuerpo. Es necesario atender al estado anímico del paciente, el fin que ha de proponerse el médico es el de consolar, consolar siempre, cualesquiera que sean las circunstancias. Tratar de aliviar y de curar, claro está, pero ante todo suprimir el dolor, calmar la ansiedad, dar estímulo y firme esperanza al enfermo respecto a su recuperación. El mejor auxiliar que el médico posee no son las manos, ni los ojos, ni el aparato para medir la tensión arterial. Es su presencia, es su propia voz que convence al enfermo, lo reafirma en su fe y lo tranquiliza. Así se establece esta relación íntima y cordial que siempre debe existir entre médico y enfermo, sin la cual la medicina deja de ser un ejercicio noble para convertirse en mecánica.

Así creo yo que se ejerció la profesión de medicina en todos los pueblos de Colombia. Y guardadas las diferencias de educación, de instrucción y de cultura, así también se ejerció en las grandes ciudades europeas hace siglo y medio. Lo mismo en París, que en Viena, que en Londres. Probablemente el resultado final era también el mismo. Ha disminuido el índice de mortalidad de algunas enfermedades pero en otras ha permanecido estable. Y es que acabo de decirlo, el objetivo que persigue la medicina no es el de acabar con la enfermedad y la muerte, sino el de aliviar el dolor y consolar a los enfermos. Aparentemente esto es poca tarea pero es una misión grandiosa.

Pero por desgracia un día dejé a mis enfermos, dejé a mis amigos y me vine a Bogotá. El ejercicio de la profesión era aquí dilatado, laborioso, complicado, artificial. Era lo que se llamaba una medicina técnica, pero la técnica es apenas un auxiliar de la ciencia y no la ciencia misma. Empecé a enseñar medicina clínica al pie de la cama del enfermo, tratando de analizar los síntomas, separarlos, realzarlos y mostrarles a los discípulos la importancia que cada uno de esos síntomas tiene en el curso de una enfermedad. Era una manera de enseñar que por entonces ya estaba desapareciendo de las universidades. La universidad se estaba convirtiendo en laboratorio, investigación, radiodiagnóstico, y con esto el médico se iba alejando más del enfermo, siendo precisamente la técnica lo que servía de pantalla y barrera entre los dos y los convertía en seres casi completamente extraños. Conocí en la ciudad muchísimos médicos que hoy son mis buenos amigos, médicos de amplios conocimientos, magnifica preparación y ejemplar conducta. Empezaba entonces la especialización: ginecólogos, cardiólogos, neumólogos, psiquiatras. Cada uno se entendía únicamente con su especialidad y se asustaba cuando el enfermo presentaba una complicación que no sabía analizar ni tratar. Es decir, que buen número de colegas dejaron de ser médicos para convertirse en técnicos y el técnico, según la conocida frase de Ortega y Gasset, "es el bárbaro de nuestro tiempo". Con esto, el enfermo quedó todavía más alejado. El especialista, que no tenía ya ese concepto del enfermo como ser humano, no podía prestarle su amparo espiritual. El gastroenterólogo atendía sólo la digestión de su enfermo, el neumólogo sólo su respiración y el cardiólogo miraba únicamente enfermos del corazón, olvidando a veces de que este órgano, a más de ser el motor de la circulación, responde también a los muchísimos y variados impulsos de nuestra vida afectiva.

Dije que había dejado a mis enfermos y a mis amigos, pero no dejé su recuerdo, que lo llevo adentro. Como también conservo muchos recuerdos de mi pueblo, casi todos de mi vida infantil, que no se me borran. Todavía escucho las canciones de moda que durante horas y horas se tocaban en el café de Alfonso García. Y el toque de las campanas, tan nuestro e inconfundible, que llamaban a misa del amanecer. Y los globos, la pólvora, las procesiones de la Inmaculada. Y aquel día de 1915 cuando súbitamente millares de bombillas encendieron la noche. Y mi embeleso en las mañanas cuando los rayos del sol se filtraban por entre las hojas de los carboneros y dibujaban un encaje bellísimo sobre la plaza limpia, barrida, que aun no era parque Esta es la estampa que llevo de mi Salamina, tanto más inefable cuanto más entrañable.

Mil gracias Señor Alcalde."

Finalmente, hoy en día estas frases llenas de conocimiento y sensibilidad son un ejemplo a las nuevas generaciones de médicos y a quienes hoy procuramos ejercer la práctica de la profesión de una manera integral.

La gran cantidad de conocimiento disponible en la fisiopatología de las enfermedades, los cambios acelerados en las terapias con la aparición de nuevos fármacos, la tendencia a tratamientos invasivos con la utilización de dispositivos y elementos que requieren entrenamientos supraespecializados, una práctica médica de consultorio cada día más apretada y difícil que obliga al manejo interdisciplinario, una fuerte influencia de la industria, los riesgos crecientes medicolegales, la pérdida notoria de la actividad académica y de investigación como pilares fundamentales en la profesión médica, la proliferación de facultades de medicina, baja remuneración económica, los pobres resultados en las campañas de prevención primaria y secundaria son, entre otros, muchos factores que influyen fuertemente en la vida del médico y su entorno familiar y profesional. Creemos que es prudente hacer un alto en el camino y leer repetidamente esta carta del "Profe Pablo Elías" para retomar el sentido de la profesión y su sensibilidad social.