Adolfo Vera-Delgado, Pakiko Ordóñez
*Texto de introducción del 19 Encuentro de Confraternidad Médica
Nacional, organizado por la Fundación Humanismo y Medicina, Cali, 20
y 21 de marzo de 2009.
Director-Gestor: Dr. Adolfo Vera-Delgado: MD, HFACP.; Co-director: Pakiko Ordóñez
Correspondencia: Dr. Adolfo Vera-Delgado e-mail: verdel@hotmail.com
Recibido: 12/II/09 Aceptado: 13/II/209
Hambre es una infamante y endémica patología social, y un detonante universal que genera violencia; a su vez, éstas se articulan en un nudo gordiano indisoluble que no sólo rompe los moldes y esquemas de tiempo y espacio, sino que crece como monstruo vociferante en las entrañas del hombre nuevo que hemos gestado ante la indiferencia cómplice de quienes todo lo tienen, y han usurpado para sí mismos los frutos de la tierra. El concepto y la aceptación del fenómeno de inequidad como factor determinante, es un obligante de primer paso en la dispendiosa búsqueda de soluciones al conflicto. No pueden darse situaciones de seguridad personal cuando la sobrevivencia del ser humano individual, y la supervivencia de la especie humana en su totalidad, se ven permanentemente amenazadas por la depredación del hombre por el hambre.
La continuada explotación laboral de muchos individuos por muy pocos usufructuarios del poder económico, ha incubado en mucho tiempo de infelices tragedias, el gran huevo de la próxima hecatombe.
Desactivar los mecanismos disparadores del evento final (¿Apocalipsis?), pasa necesariamente por conocer e interiorizar de manera individual y colectiva, toda la nefasta sucesión de miserias perpetradas y perpetuadas en nuestro secular desprecio por el medio ambiente.
La espiral de hambre, violencia, más hambre y más violencia, ejercen a su vez un deterioro progresivo e incoercible sobre el inconsciente colectivo, y transforman el imaginario social en una abominable certeza de MIEDO AMBIENTE como estatus vital ineludible.
Sólo un proceso intensivo y sostenido de educación universal en salud ambiental, con énfasis en preservación de recursos naturales no renovables, y en reducción obligada de consumo de los que anuncian fatiga y estérilmente claman por su racionalización (agua, bosques maderables, especies acuáticas, terrícolas y aéreas en extinción), podrán interrumpir algún día o al menos posponer nuestro descenso a la debacle.
Un buen día, algún individuo de generosa condición humana, se percató que al disminuir su consumo de agua en los menesteres de su aseo personal (baño diario, cepillado de dientes, afeitada, desagüe repetido del inodoro) y habitacional (lavado de ropa, loza de cocina, automóviles, baño del perro, aspersión munífica de sus plantas vegetales en el jardín), amén de restricción inteligente en el uso de su piscina, jacuzzi y otros accesorios juguetones, y de multiplicar su juiciosa presunción entre familiares, amigos y compinches –cómplices o simplemente vecinos conocidos–; podría incidir de manera proactiva con muchos galones de agua para facilitar sus gobiernos municipal, departamental y nacional, la instalación eficiente de acueductos en comunidades que nunca los tuvieron, y así multiplicar para un mayor número de seres humanos y otros animales la disponibilidad finita de esa fuente de vida.
A otro más se le ocurrió racionalizar el uso del papel utilizando hojas más pequeñas y las dos caras de una misma hoja para imprimir elegantemente los informes de laboratorio clínico que antes realizaba en diez. Y un restaurantero se inventó una servilleta de verdadero múltiple servicio, que le significó un ahorro mensurable de varias toneladas de papel al año. Y a un humilde reciclador le dio por enseñarle a los niños de las barriadas, de qué manera deben instruir a sus padres sobre separar diariamente los residuos reutilizables para el poder vivir. Otros muchos jóvenes y viejos, al conocer de la tala inmisericorde de bosques nativos, consumieron menos hojas de papel en su rutina diaria, escribiendo números telefónicos, recados, listas de alimentos, agendas de citas y de pacientes, poemitas tristes, recordatorios mortuorios, fechas fatídicas, etc., en forma tal de no dejar libre un sólo rincón de la página en blanco. Así seguramente, se lucraron un poco menos los industriales del papel, pero ganaron infinitas veces los sufridos habitantes del planeta Tierra.
Hoy invitamos a la reflexión colectiva, a la contrición de corazón (antes de que se nos infarte), al propósito de enmienda (antes de que sea tardío) y a la satisfacción de obra (antes de que el planeta se nos acabe). Lo demás siempre ha sido lo de menos y nuestra residencia en la Tierra depende del frágil hilo de la aberrante indiferencia.
La disposición educada, ordenada, inteligente, responsable, cívica e imaginativa de las basuras, es un proceso ininterrumpido y perseverante de educación comunitaria, que debe involucrar de manera inequívoca a todos los estamentos de la sociedad potencialmente contaminantes: el núcleo familiar, la escuela de enseñanza elemental, centros de educación superior y universitaria, grupos de formación religiosa, hospitales y otros sitios de atención en salud, organizaciones comunitarias no gubernamentales, instituciones de participación ciudadana, clubes sociales y de ayuda a la comunidad (Rotarios, Leones, Kiwanis), centros comerciales, y por supuesto, todos los puestos de actividad laboral pública y privada.
Disposición generosa de los basureros (receptores de basuras, no escombreras) en todas las esquinas, parques y sitios de confluencia humana y animal con señalización específica para la recolección de desechos orgánicos sólidos generados por mascotas.
Vallas, bardas, pancartas, campañas agresivas y persistentes en medios de comunicación (prensa escrita, radio, televisión, internet), volantes, mensajes sugerentes en empaques de alimentos, y seductoras cubiertas exteriores de los medios de transporte con obras de nuestros artistas plásticos más representativos a la manera de Miró y la conservación de una gota de agua en los buses de Barcelona.
Reducción agresiva del consumo de petróleo y sus derivados (eliminar bolsas plásticas y de polietileno, sustituyendo por fique o cabuya y otras fibras orgánicas no contaminantes), limitando la utilización de gasolina y estimulando la de alcohol carburante, gas natural u otras fuentes energéticas. Disminuir obsesivamente el costoso consumo irracional de energía eléctrica, apagando inútiles bombillas convencionales y sustituyéndolas por las versiones ahorradoras, eliminando el número superfluo de un televisor por individuo e intentando el retorno simpsoniano a la unidad familiar.
A todos nos compete la conservación de este minúsculo pedazo de universo. Nuestra condición de médicos nos impone además, la preservación de una salud física y mental del ser humano en equilibrio perfecto con la naturaleza.
La fatídica crónica de las diversas expresiones de nuestra endémica violencia, soportaría muchos volúmenes de la historia universal de la infancia. Debemos necesariamente hermanarla como fenómeno etiopatogénico, con todas las formas de expoliación y sometimiento que se han prodigado en nuestro trópico solar, donde no nos han sido ajenas ninguna de las plagas imaginables del reino animal.
Toda forma de violencia engendra una respuesta violenta. Y la espiral de violencia es, justamente, la representación esquemática de un proceso de degradación consustancial a la especie humana que, lejos de representarle escalamiento para mejorar, habrá de significarle su involución de la faz de la Tierra.
Violencia intrafamiliar, violencia escolar, violencia sexual, violencia urbana y rural, violencia social, política, religiosa, étnica… La virulencia de la violencia verbal y física de nuestros aciagos días supera toda la alucinante parafernalia de los peores episodios del odio universal. Nunca, como ahora, habían confluido tantos factores de inestabilidad social, ni nunca tampoco se habían confabulado tantos demonios juntos generadores de tormentas. Los sucesivos epítomes de una extensa obra de exterminio que se inicia con la Conquista a sangre y fuego hace 500 años, se perpetúa a lo largo y ancho de nuestra maltrecha memoria histórica con sucesivos episodios de vulneración y aplastamiento de todo vestigio de dignidad. Surgen entonces, como gérmenes patógenos oportunistas, toda suerte de bichos y alimañas perversos, que pretendiendo redimir de sus males a una sociedad vapuleada, la conducen a su consciente exterminio.
Este es el punto de posible no retorno en el que nos encontramos. Y es nuestro deber y salvación focalizar todos los aspectos críticos para incidir, con precisión de microcirujano inteligente, los múltiples abscesos de putrefacta necrólisis en la estructura orgánica de un estado improvidente que se dejó permear, desde hace varias décadas, por corruptas sanguijuelas y los más abyectos depredadores del patrimonio nacional. La clase política corrupta y violenta engendró una guerrilla presuntamente vindicadora, y ésta a su vez, una respuesta paramilitar igualmente funesta; ambas hoy alimentadas por un narcotráfico, corruptor universal, también sustentado por el insaciable consumo de las sociedades económicamente opulentas, en proceso de autoexterminio como todos los imperios decadentes que en el mundo han sido.
Algún día, muy próximo, podremos restituirnos por sucesivas batallas colectivas el derecho igualmente colectivo a la felicidad de soñar y vivir un país geográfico fascinante, una nación de justos laboriosos, y una patria de seres humanos hermanados por el noble propósito común de superar tantos siglos de ignominia y tristeza.